17.2.18 in

El amor del león

En una época en la que la tierra era un jardín infinito, los animales vivían sin temer al hombre. Todos las bestias eran mansas y en su armonía existía la paz. Tanto los insectos, como los mamíferos, los peces y las aves eran casi hermanos, y así, no había ningún problema.
En un gran valle cerca de un lago cristalino y un hermoso río, vivía un león de pelaje dorado y melenas rojo fuego, que junto a su hembra, una leona de color champagne, reinaban en toda la zona.
Todos los animales querían al león y sabían que él, amaba a su compañera más que a la propia vida. Ese león sólo respiraba por ella, y la leona lo sabía y por eso, lo amaba aún más.
Una noche, ambos se durmieron acurrucados, como hacían siempre, bajo un gran árbol que los daba cobijo y abrigo en las noches más frías.
Pero esa noche iba a resultar mucho más oscura y gélida que las demás, pues estalló una gran tormenta, con rayos tan inmensos que parecían sacados de la mano del mismísimo Zeus.
El león se despertó de golpe y la leona se asustó, cuando uno de esos rayos cayó cerca de donde estaban. El león se incorporó y se acercó a su amada para protegerla de los relámpagos, pero de repente, una enorme luz acompañada de un resplandor aparecío del cielo y una enorme explosión sacudió su árbol. El león salió despedido varios metros y perdió el conocimiento.
Al despertar, la tormenta se había ido. Miró hacia el árbol y vio el cuerpo de la leona tumbado a los pies del tronco arrancado por ese último rayo.
Corrió a su lado gritando, y al llegar junto a ella, creyó volverse loco al ver como una rama había atravesado a su amor, que yacía muerta en el suelo.
El león se tumbó a su lado y cerró los ojos.
Pasaron los días y el león no se movió de su lado. Los animales, que lo habían visto todo, estaban tan tristes como él, pero nadie sabía que hacer.
Fue el escorpión, quien se acercó hasta donde estaban y le preguntó si estaba bien, si podían hacer algo por él.
El león, estaba llorando, con su cabeza apoyada junto a la de su amada.
Entre susurros le dijo al escorpión, que por favor le matara.
- Pícame, escorpión. Dame muerte con tu veneno y haz que vaya con ella en este mismo instante. No quiero vivir así.
El escorpión se acercó hasta donde estaban los animales y les contó lo que le había dicho. Todos dijeron que no.
Pero pasaron las semanas, y el león no se había movido. Había perdido peso, su color ya no era dorado ni fuego. Un color marrón envolvía su casi esquelética figura.
Los animales se dieron cuenta que iba a morir, así que, decidieron que le darían al león el deseo de que el escorpión le picara, para que así dejara de sufrir esta lenta agonía.
El escorpión se acercó hasta el león y le dijo que lo haría, pero antes debían despedir a la leona en el agua, para que se la llevara la corriente, como era tradición entre los animales.
El león se levantó lentamente y agarró suavemente a su amor, llevándola en un último esfuerzo hacia la orilla del río.
- Quiero que lo hagas aquí, en esta orilla. Así cuando muera me iré con ella entre las aguas.
Se dió la vuelta y dejó a la leona en la orilla del río y se preparó. El escorpión, muy triste, le picó con todo su veneno para que no sintiera más dolor. El león cerró sus ojos y con una última lágrima, se murió.
Ante la vista de todos los animales, los cuerpos del león y de la leona no se fueron por el agua, si no que poco a poco se unieron y transformaron en un hermoso y gran árbol. Las lágrimas, que aún resbalaban por las mejillas del león, se transformaron en verdes y largas hojas, que imitaban el agua salada de tristeza de los ojos del león. El tronco, era la leona abrazando a su amor, para no soltarlo jamás.
Y a ese árbol, lo llamaron sauce, un símbolo del eterno amor... y por eso los lagos y ríos donde hay paseos, sendas y veredas para las parejas que se quieren, siempre tienen sauces a la orilla, para recordar que incluso el Rey de los animales, murió para estar con su amada, la leona.