3.3.12 in

MARIQUITA VANIDOSA

Erase una vez una preciosa mariquita que vivía muy feliz en el claro de un bosque.
Tenía todo lo que quería para vivir. Una linda casa hecha con hojas verdes junto a unas flores amarillas y naranjas muy brillantes, una despensa llena de comida, de esa tan rica que comen las mariquitas,  una pequeña fuente natural donde se bañaba todas las tardes y donde sacaba brillo a su perfecto caparazón rojo, y muchos amigos con los que reía cada día en aquel claro del bosque.
Lo único que le faltaba era un amor en su vida, porque se sentía muy sola.
Era la única mariquita de todo el claro que no tenía un compañero, y eso que eran muchísimos los insectos que estaban enamorados de ella, porque era preciosa.
Lo único malo es que era muy vanidosa y exigente, es que ella se creía tan guapa, que quería enamorarse de alguien tan guapo como ella.
Por eso, cada vez que alguien se acercaba a invitarla a pasear, ella sólo le ponía pegas, y jamás encontraba a nadie perfecto.
Un día apareció un escarabajo para invitarla a una fiesta, y la mariquita le rechazó porque decía que su color era demasiado negro y su caparazón muy duro y que se haría daño si bailaba con él.
Después tocó a su puerta un gusanito sonriente que le pedía si quería pasear. Ella le respondió que no porque su cuerpo era muy blandito y no le gustaba.
Otro día llegó una mosca volando y entre zumbidos le invitó a ir dar una vuelta por los árboles. La mariquita respondió que era muy peluda y le daba miedo sus ojos tan grandes, y por eso le rechazó.
También rechazó a un araño que había tejido un ramo muy bonito con su telaraña, porque según decía, sus patas eran muy largas.
Así siempre.
Pasaban los días, las semanas, los meses y la mariquita seguía sóla, esperando a su pareja perfecta, que fuera tan guapa como ella lo era, que fuera tan bueno como ella.
Y mientras tanto, volaba con sus alas de flor en flor, recogiendo polen, nectar, rocío y veía desde lo alto al resto de las parejas del claro, quienes ya tenían bebes insectos y se les veía tan felices.
A un insecto palo le dijo que no porque era muy delgado.
A un avispo le rechazó porque no le gustaba el color amarillo y las alas tan grandes.
A una hormiga la negó porque era demasiada pequeña.
A una mariposa la dijo adios porque con esas alas le daba demasiado sombra cuando volaba.
A una cochinilla le volvió a decir que no porque siempre estaba rodando y no andaba.
A otra mariquita tampoco le dejó acercarse por que las manchas de su caparazón eran muy desiguales.

Siempre pasaba igual, siempre encontraba algo que no le gustaba.
Pero el tiempo pasó, las primaveras dieron paso a muchos inviernos y la mariquita se fue haciendo viejecita.
Perdió el rojo brillante de su caparazón y se tornó pálido. Su piel se fue arrugando y sus alas se hicieron lentas. Ya no podía volar y andaba muy despacio.
Todos los insectos a los que había rechazado eran felices, y se sintió desdichada por haber sido tan vanidosa.
Entonces, alli sentanda en un rincón de su casa, se sintió más sola que nunca y se arrepintió por no haberse fijado en el interior de sus amigos, y haber perdido el tiempo sólo con la belleza exterior que, al final, no servía para nada.