3.3.12 in

LA LIBELULA BURLONA

En una pequeña charca, en medio de un gran bosque de altos árboles, vivían en armonía las ranas y las libélulas.
Las primeras croaban todo el día mirando al sol mientras se recostaban en las hojas que flotaban sobre las azules y tranquilas aguas de la charca.
Las segundas, por su parte, volaban sobre las flores y las plantas con su zumbido característico, ajenas al miedo de ser comidas por las ranas quienes, por un acuerdo realizado por sus abuelos hace muchos, muchos años, decidieron tener paz con las libélulas.
Ese acuerdo se firmó una vez cuando una rana, se atragantó con un trozo de hoja y una de las libélulas que volaba cerca, la salvó de morir ahogada.
Por eso, en aquella pequeña charca, ambas especies vivían tranquilamente como amigas.
Pero a pesar de la amistad, había una pequeña libélula muy joven, a quien le gustaba meterse con las ranas.
Se pasaba el día haciendolas rabiar. Las salpicaba cuando descansaban en la siesta, las asustaba apareciendo de golpe por detrás, las manchaba con barro... así estaba día tras día.
Y las ranas ya estaban hartas.
Por eso, una tarde, una de las ranas más jóvenes, decidió dar una lección a la libélula.
La haría creer que se la comería.
Se tumbó junto a un trozo de hierba muy verde, y así pasaba desapercibida, a la espera de la llegada del insecto.
Precisamente la libélula había roto el tallo de una manzana que había caido de golpe contra el agua, asustando a las ranas más ancianas, que descansaban frente a los últimos rayos de sol.
Mientras es iba riendo agitando las alas, no reparó en que la otra rana se levantaba delante de ella y chocó contra su cuerpo.
- Esta ha sido tu última travesura- dijo la rana enfadada mientras miraba a la libélula en el suelo.
- No puedes hacerme nada- respondió burlona.
- Nadie se va a enterer- añadió la rana mientras abría su boca amenazadora.
La libélula, asustada, dio un pequeño grito, agitó sus alas rápidamente y empezó a volar.
La rana lanzó la lengua pegajosa tras ella, pero el insecto era listo y volaba en zig zag para esquivar los lenguetazos.
- No vas a escapar- decía la rana saltando detrás de ella.
- Déjame, no me comas- gritaba asustada la libélula.
La persecución duró un buen rato. Dejaron la orilla de la charca y pasaron unos rosales, que perdieron varios pétalos por el paso de ambos. Después llegaron a la zona de las lomas de tierra y más allá entraron en el bosque, que era una zona prohibida para ambas.
La rana, pensando que ya la habñia asustado bastante, paró en seco junto a unos árboles, pero la libélula continuó volando llena de miedo, con tan mala suerte que fue a estrellarse contra una telaraña que colgaba entre dos ramas.
Sorprendida, intentó zafarse de los hilos pegajosos, pero cada vez que se movía, se enredaba mucho más.
Había quedado atrapada.
- ¿Estas bien?- preguntó la rana desde el suelo, mirándola con atención.
- No puedo moverme- respondió la libélula- no puedo mover las alas, me he quedado atrapada.
En ese preciso momento, de entre las hojas de una de las ramas apareció una araña negra y peluda, con los ojos brillantes como espejos, que miraba atentamente a la presa que había caido en su tela.
- Mmmmm- se relamió la araña- hoy tengo merienda.
La libélula la miró y gritó de miedo, pidiendo ayuda a la rana, quien se dio media vuelta y empezó a saltar con grandes zancadas en dirección a la charca.
-Tu amiga se ha ido- dijo la arañaa sonriendo malévolamente- ahora nadie te puede ayudar.
Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos del pequeño insecto.
Mientras tanto, la pequeña rana llegó a la orilla pegando voces mientras llamaba a su padre.
Éste apareció y le preguntó que pasaba.
La rana se lo explicó todo sobre el susto que quería dar a la libélula y de cómo había caído en la tela de la araña, que estaba a punto de comersela.
El padre de la ranita llamó a las libélulas mayores en busca de ayuda.
Tenía un plan, pero debían trabajar juntos.
La araña estaba a punto de llegar al cuerpo del insecto, que de tanto moverse ya era un amasijo de seda en todo su cuerpo. Estaba inmovil del todo.
- Ya eres mía- dijo la araña abriendo la boca.
- ¡Araña!- gritó una voz muy fuerte- ¡Deja a esa libélula en paz!
- ¿Quien ha dicho eso?- preguntó la araña volviéndose hacia la voz.
Allí estaba el papa rana, que venía volando por el aire, mientras un grupo de libélulas le llevaban sujetos.
- Noooooo- exclamó la araña viendo lo que iba a pasar.
La rana abrió su boca y lanzó su lengua contra la libélula enganchada a la tela, dándola de lleno. Una vez que la hubo atrapado, aspiró la lengua, arrancando al insecto de las garras de la araña, quien cayó al suelo al romperse la tela y no poderse sujetar a nada.
El grupo de amigos se dieron la vuelta en el aire, llevando aún a la libélula en la lengua de la rana, aterrizando a salvo cerca del agua.
Allí la limpiaron bien y la joven, muerta de miedo por lo que la había pasado, abrazó a sus padres.
- Perdonadme- dijo arrepentida la libélula- nunca volveré a meterme con las ranas.
Las ranas sonrieron y aceptaron las disculpas.
Y así, tras esa experiencia, la libélula aprendió que las burlas son malas y que es mejor que te quieran y tener muchos amigos, porque nunca sabes cuando los puedes necesitar.