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PECADOS DE LA LLUVIA

Mil pecados ocurren al amparo de la noche
en la oscuridad que nos invade.
Cuando la lluvia es nuestra cortina

en el coche nos acurrucamos en plena calle.
La gente pasa, pero no nos mira,
están pendientes de sus propias vidas.
Y es en ese momento cuando me acerco a ti,
mis ojos brillas como los de un vampiro
y tu, mi presa, me ofrece su cuerpo.
Pasos, se escuchan afuera,
azotes, retumban dentro.
La ropa se desvanece, huye de nuestra piel,
el frio es pasado con el calor de los cuerpos,
y solo unas manos se hacen protagonistas
de la escena recreada por unos actores
que somos titeres ante el pecado.
Besos, lenguas que se muerden,
arañazos que dejan su autopista en la piel
para tumbarte en mi regazo
y confundir los truenos de la tormenta
con el choque de dos pieles
en el asiento de atrás.
La gente pasa, corre, huye,
ni se fija en el infierno de calor
que tras las ventanillas crece ausente
entre el resto de la gente.
En el centro de las miradas
y totalmente solos,
porque nadie sabe ni sabrá
lo que entre la lluvia sucede.